Entrada Concurso de Relatos: Un Sueño Llamado Disneyland

Un día soñé contigo, soñé como me llevabas subido a tus hombros por aquella calle tan colorida, escuchaba la música y las risas, personas que nunca te conocieron te daban la mano, otras tantas nos sonreían y nos invitaban a seguir avanzando.

Al fondo un castillo nos aguardaba, tenía la certeza de que lo mejor estaba por llegar, en sus cornisas los trompetistas hacían sonar nuestra llegada y un séquito de pajes nos abrían paso a su interior. Las columnas se levantaban como raíces y un coro de voces cantaba como en aquellas películas que solíamos ver juntos.

Mas allá, había un jardín donde los caballos bailaban y los elefantes volaban al son de una sinfonía, donde los barcos te llevaban al país de “Nunca Jamás”, y los cuentos se entrelazaban en perfecta armonía. Podía jugar, correr y saltar por el laberinto de la Reina de Corazones, tú me perseguías para no perderme de vista y te sobresaltabas cuando te asustaba desde la esquina siguiente.

A tu lado no tenía miedo, me sentía fuerte, lo suficiente para enfrentarme a mis miedos, te alegrabas de ver como le echaba valor mientras una bruja malvada nos perseguía. Me enseñabas que en la vida no hay personas malas, sino personas con carencias, ¿acaso el Capitán Garfio no necesitaba algo de cariño? ¿Qué hubiera sido de él si hubiera tenido un padre como tú? Eras como Peter Pan, y yo quería parecerme a ti. Siempre me decías “en la vida serás tan grande como quieras, con esfuerzo y coraje llegarás a conseguir lo que te propongas”, palabras que con los años se hacen necesarias. Son las pequeñas cosas que te hacen y nada puede arrebatártelas.

Atardecía y la montaña del trueno avivaba sus colores rojizos, los lobos aullaban cerca de aquella casa que se avistaba «mas allá». Bienvenidos mortales, rezaba en su entrada. Dentro la música y las copas chocando resonaban, temía perderme en aquella oscuridad, pero aquello era una fiesta, y de las buenas, era curioso ver como 999 personas se llevaban tan bien entre ellos. «Lo suficiente para compartir una eternidad» escuché en ese instante. «Nunca desprecies a un buen amigo y tendrás tantos como yo». Cuanta razón tenía aquella voz, pensaba mientras alcanzábamos la salida.

La noche era inminente y las luces se encendían, los fuegos y las canciones nos decían hasta pronto, avanzábamos en un carruaje lleno de luces y la gente nos aplaudía. Yo te pregunté “¿Por que nos aplauden?”, -”Porque este era mi sueño y ahora es el tuyo”-, “¿ya nos vamos Papa?”, “yo sí, pero tú tienes toda la vida para seguir soñando”, “¿Te volveré a ver?”, “Me podrás ver todos los días, siempre que camines por esta calle y te acuerdes de mi.” “hasta luego Papá”, “hasta luego mi hijo”.